martes, 20 de agosto de 2013

No, no estoy bien.

Te preguntan que qué tal, cómo lo llevas, si estás bien y tú respondes con toda seguridad: 'Claro que sí, ya lo he superado, puedo vivir sin él'. Sales a la calle como una de las otras tardes, con una sonrisa totalmente falsa, y lo peor es que tú te crees que es de verdad, vas riéndote y vacilando con tus amigas: 'Joder, mira como está ese tío', pero de pronto, apareces en el sitio donde empezó todo y esa sonrisa que fingías se convierte en dolor, te preguntan si estás bien y respondes prácticamente con la boca cerrada: 'Sí'. De repente todos los recuerdos vuelven a tu mente, el sitio del primer beso, el primer abrazo, la primera tarde juntos, los nervios de verle, la primera discusión, la primera noche que no pudiste dormir pensando en él, las tantas sonrisas tontas que tenías pensando en él, el primer 'te quiero', el primer 'para siempre'... Y de pronto te pones a llorar como una niña que ha perdido su juguete preferido y terminas aceptando que como él no va a haber nadie igual, y te vuelven a preguntar: '¿Estás bien?' y tú respondes: 'Sólo estando a su lado'.

'-Pídeme lo que quieras, menos que me quede. -No te vayas.'

-No te vayas, al menos quédate hasta que me duerma.
+¿Y si me quedo por más tiempo?
-Ya no tendré más pesadillas.
+Y yo estaré a tu lado. Todos salimos ganando. 

Atrapada a tus debilidades.

Llegas a un punto en el que ni tú misma eres capaz de saber quien eres. Ni tú misma eres capaz de entenderte. No entiendes por qué actúas de esa manera tan fría, ni por qué teniendo la felicidad a tu lado intentas evitarla. Quizás sean mecanismos de defensa, evitar que te hagan daño. O simplemente quizás sea no querer encontrarte de frente con el miedo. Ese miedo a ser feliz. Aunque ni tú misma entiendes de donde ha salido ese puto miedo que te hace tener un nudo en la garganta difícil de deshacer. Y pasas los días y tú sigues atada. Atada a tus propios miedos. Atada a ti misma.

Lo normal, vamos.

Las cosas empezaron bien, nos vimos unos días. Cine, mantas, risas, cervezas, maquillando el pasado para parecer más de lo que somos... Lo normal, vamos. Así unos días hasta que uno de los dos pidió algo más. Ese fue el punto de ruptura para que el terreno que pisábamos comenzara a desnivelarse. Vinieron entonces los pretextos, los regates, los mensajes a deshora, las llamadas distanciadas en el tiempo... Lo normal, vamos. Se empezó a cumplir esa extraña teoría de que el amor son vasos comunicantes donde uno quiere y otro se deja querer. Al final, con el corazón sin presupuesto, tú te cansaste de perseguir, de no encontrar las llaves que abrían las puertas de mi alma, hasta que una buena tarde, después de unas semanas dándote excusas para no verte me enteré de que volabas en otro colchón, con otra que no era yo, y yo, que tantas veces te esquivé, comencé a quererte ahí. Lo normal, vamos.

Por odiar, también odio que ya no me sonrías.

Eres la persona que más quiero en el mundo, y, sin embargo, te odio. Odio lo que pudo ser y no fue. De lo que tenía que darte y no te dí. De los besos que se han quedado en el aire, por que tu ya no estás. Odio acordarme de ti, y que tu ya no te acuerdes de mi. Odio no haberte querido como debía, pero también odio que no me quisieras cuando menos me lo merecía, porque era cuando más lo necesitaba... Y por odiar, también odio tu boca, porque ya no me besa. Tus ojos, porque ya no me miran y tus manos, porque ya no es a mi a quien tocan. Será verdad eso que dicen que el odio nace de querer demasiado a alguien.